"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









miércoles, 26 de octubre de 2016

NOCHES DE ÓPERA

Donde hay música, no puede haber cosa mala. 
Sancho, II -35.

Hacía ya algún tiempo que no iba a la ópera y, hace unos días, tuve la oportunidad de asistir a una de las representaciones. Ir a la ópera tiene algo mágico, especial; tal vez debe de ser por eso de que es obra completa: música, canto, representación.
Como el edificio es grande y siempre hay mucha gente es obligado ir con tiempo para buscar tu sitio. En la sala, los momentos previos son también interesantes, lo que me recordó pasajes de las Lettres persanes de Montesquieu, donde los forasteros persas afirmaban que, en Versailles, el espectáculo estaba tanto en el escenario como en la platea y en los palcos. Yo no  puedo decir lo mismo porque, como no era noche de estreno, nadie -salvo un par de jovencitas que estaban en un palco- se había vestido de largo. Lo que llamaba mi atención era como las gentes se conocían, se saludaban, charlaban animadamente mientras se iban acomodando.
Mi butaca estaba en el anfiteatro -me gusta ver estos espectáculos desde más alto-, al entrar, ya había dos señoras muy vestidas y después un señor solo que cedió el paso para poder ocupar los asientos libres de su derecha. La sala se fue llenando, y al poco, se cerraron las puertas para anunciar que el espectáculo iba a empezar; rogaban también que apagáramos  los móviles. La luz se atenuó, las notas musicales resonaron en la sala, los visillos blancos del escenario descubrieron algunos personajes hasta que se descorrieron por completo y el espectáculo fue total. El decorado llamaba la atención porque era minimalista y cromáticamente muy sobrio: blanco, negro, gris. Las señoras y yo intentábamos atender a la música, sin perder un instante de lo que pasaba en escena; al contrario que el hombre que estaba a mi lado que no tenía mucho interés por lo que pasaba en el escenario, solo la música de Verdi le concernía. Por esto y por un par de comentarios y otro par de resoluciones, me hizo pensar que era de los habituales. 
Pasaban los minutos durante los que voces y música se fusionaron. La obra fue avanzando, hasta llegar a la primera de las pausas. Solo el señor salió. La sala se quedó medio vacía y los que quedaron hacían fotos al recinto o divertidos, a ellos mismos; para muchos también estaba siendo una soirée spéciale.
En la segunda pausa; todos nos levantamos y salimos al pasillo. Allí las gentes seguían con animadas charlas.
Se acabó el descanso, entramos y volvimos a guardar silencio en la oscuridad durante otro buen rato hasta que la obra terminó. Las señoras se quedaron y aclamaban entusiasmadas, el señor se marchó pitando, no aguardo a los aplausos que retumbaron durante bastante rato; los más cerrados se los llevó la soprano.
Fuimos bajando las escaleras despacio. Sin prisa, fuimos saliendo todavía bajo los afectos de la extraordinaria música. Poco a poco, fuimos adentrándonos en el bullicio de la noche. Ahora, en la calle, los taxis eran los más aclamados.
Macbeth. Giuseppe Verdi.
Electra. Richard Strauss No podía creerme el sitio donde me había tocado estar. Al llegar había un señor maduro japonés. Me recordó al protagonista de L'herisson. Cuando cerraron la puerta, me indicó que pasara a las butacas de delante que estaban vacías, él iba hacer lo propio. Vimos la función de maravilla. La orquesta sonaba demasiado fuerte desde ese lugar.
Werther. Jules Massenet  Me gustó mucho el decorado y la música.


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