"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









viernes, 8 de enero de 2016

PASÓ VOLANDO I

Hay acontecimientos que pasan una vez en la vida y estar presentes en ellos merece la pena, aunque suponga un pequeño esfuerzo. Al principio, no tenía pensado asistir a la cena-homenaje, pero luego todo fue rodando y las secuencias empezaron a encajar. Saqué los billetes de avión, en mi compañía preferida Iberia. No elegí asientos por lo que me fueron asignados aleatoriamente. Cual fue mi sorpresa cuando vi que, para la ida, me habían dado Preferente 6F. Hasta ahora, nunca me había pasado. Cuando llegué a la puerta de embarque, mi billete sonó diferente por lo que la señorita tuvo que ir al ordenador; yo la esperaba con cierta expectación, porque para mis adentros pensaba que había habido un error y que me mandarían a otra zona. Y sí que había un error, el avión no tenía en Preferente seis filas de asientos, sino 4 y me asignaron el asiento 2F, ventanilla. 
Al llegar a la cabina, en el asiento del pasillo de mi fila, había una señora de unos sesenta y tantos años, muy bien arreglada, pero sencilla: jersey de cuello caja azul lapislázuli, pantalón negro, mocasines negros, pelo muy natural. Había puesto su abrigo y su bolso en el asiento del centro y en el suelo un bolsa de papel de un diseñador de moda. Al pasar,  me preguntó si la bolsa me molestaba, le dije que no. Yo me instalé en mi asiento y, sin querer, empecé a observar  todo lo que pasaba en primera clase y a esta señora en particular a quien tomé por alguien de una clase superior a la mía, no había nada más que ver su porte y sus joyas que, al contrario que sus ropas, eran muy llamativas, especialmente sus anillos. Antes de despegar pasó el 'azafato' para preguntarnos si queríamos que nos colgara nuestros abrigos. Ella digo que sí; yo, que no hacía falta y lo dejé  doblado en el asiento central, al lado de mi asiento, porque en la otra mitad, seguía el bolso de esta señora.
Anunciaron el despegue, la Señora se abrochó el cinturón y, al entrar en la pista, cerró los ojos y se santiguó. Cuando el avión recuperó la horizontal, pasaron para ofrecernos un refrigerio: una focaccia al romero rellena de crema de queso, -creo- y bebida. Hace mucho que no me ofrecían nada  para tomar durante vuelo. La Señora pidió vino, un Rioja. Yo, mientras tanto, pensaba, que dada la situación, tenía que actualizar todo lo mejor que aprendí en casa la Carmina. El 'emparedado' no estaba muy rico, pero me lo tomé todo; ella lo devolvió casi entero, y se tomó el vino. Luego sacó su agenda de piel Montblanc y se puso a hacer y a tachar anotaciones. La sacó varias veces del bolso y tantas veces la dejó con desaire. Esa casi brusquedad chocaba con todos sus ademanes. 
Aunque pudiera parecer lo contrario, yo pasé el vuelo leyendo a Pennac y programando mi visita a las exposiciones que quería ver antes de la cena a la que tenía que asistir que fue el motivo de mi viaje, es  por eso por lo que no pude entablar conversación alguna con ella, hasta el aterrizaje. Le devolvieron el abrigo, salió al pasillo y bajó su troyller. Yo me quedé de pie en mi asiento, esperaba que se movieran para poder salir. La señora me preguntó si quería salir y para mi sorpresa, se ofreció a bajarme la maleta. " Qué poco pesa", me dijo. Y siguió hablándome: "Ya ves, estos regalos..., no sé si les gustarán. Yo no necesito nada, ya me he acostumbrado a mis cuatro cosas y ... pero, estas fechas..." Le di las gracias por la maleta y alcancé a decirle que seguro que sí que les gustarían y agradecerían que hubiera pasado un tiempo pensado un regalo para ellos. Yo hablaba en un plural desconocido, el mismo que ella había utilizado. Nos despedimos. La Señora anduvo rápido, conocía el magno aeropuerto mejor que yo y desapareció entre la gente.
Al ir yendo hacia la salida, me decía que, últimamente, las señoras con las que coincido me hacen confidencias, no creo que sea porque les despierte confianza, sino porque a una desconocida puedes decirle aquello que  en otros oídos pueda dar lugar a interpretaciones variopintas. Yo creo que después del comentario, entendí el porqué de sus gestos.
A parte de por la cena, mi viaje tuvo también 'motivación cultural' y, desde  que hace varias semanas supe que en el Thyssen había una exposición sobre Munch, pensé en ir a verla. Luego se fueron sumando otras. De casualidad  me enteré de la de Bonnard en la Fundación Mapfre  y hablé con Álex. Me dijo que bien por Munch y me orientó  sobre este pintor francés, Bonnard, del que conocía poco. Fue él quien me dijo que era  buen amante del color, cosa que yo no recordaba. Luego, no sé cómo,  me habló de Ingresél no sabía que había una retrospectiva en el Prado,  me animó a que fuera a verla, a pesar de que yo le dije que no era uno de mis pintores favoritos. Él alabó la maestría de este gran pintor francés e insistió en que la visitara. Yo le dije que no sabía si me daría tiempo.
Al final, pude ir a todas, por estar las tres en línea recta. Empecé con Bonnard, le siguió Munch y luego me acerqué a la de Ingres, para darle gusto a Àlex. La que más me gustó fue la de Munch que se me hizo corta, ¡qué pintor tan moderno!  La de Bonnard es muy amplia, atractiva y sugerente pero, no sé si está del todo bien comisariada por la manera en la que están presentadas las obras. La de Ingres fue muy interesante y entiendo la importancia de la misma, pero no me encandiló a pesar de todas las excelencias que he escuchado de este pintor en otros medios y que reconocí enseguida viendo sus grandes cuadros. 
Después ya tuve que ir al hotel a prepararme para la cena. Me fui paseando, aún tenía tiempo, aunque, a medida que me acercaba, a la Gran Vía, el gentío era impresionante. ¡No sé de dónde pudo salir tanta gente! pero, a pesar de que no se podía dar un paso, todo el mundo estaba contento de poder pasear, en esas fechas, a tan buena temperatura. 
La cena nada especial a destacar y lo era. El viaje de vuelta muy tranquilo. Y yo estaba encantada de haber podido aprovechar tan bien el tiempo que pasé en la capital. 
La cultura da vida.

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