"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









lunes, 1 de diciembre de 2014

EL CIELO ENCENDIDO

"Un solo rayo de sol es suficiente para borrar millones de sombras".
 San Francisco de Asís.



Este año madrugo. Hacía ya varios años que no me tocaba levantarme temprano para ir a trabajar. Al principio creí que me iba a costar más, pero no. Enseguida me he acostumbrado e incluso consigo salir con tiempo de casa e ir tranquila, sin prisas, al trabajo. Poco a poco voy  despertándome y con cada pestañeo reparo en lo diferentes que están las calles a estas horas del día, aún conservan ese tul mórbido de las luces del amanecer. El amanecer. Sólo por ver el cielo a estas horas de la mañana merece la pena levantarse. Reparar como el manto de la noche se escurre hacia la luz y despega pujantes tonos amapola y anaranjados; violetas y morados es extraordinario, y así un albor tras otro y, sin embargo, ningún es del todo igual, ni los días de cielo raso y ni muchos menos los días de nubes, con las que tropiezan los rayos y dibujan surcos algodonados, que esconden, momentáneamente, una gaviota o un avión que, en plena maniobra de aproximación, vuela más bajito
En tierra, a las historias matutinas, les pasa lo mismo. Un minuto antes o un minuto después hace que la mañana sea diferente, y  vea, por ejemplo, a la  señora del kiosco ordenando los periódicos o concediendo un sorbo a su café o saludando, siempre con palabras amables, al señor que viene a buscar la prensa de camino a su trabajo. O ver cómo, los que han sacado a sus perros al paseo matutino ya se  dan en retirada y se meten en su portal con el diario y la barra de pan  recién horneada bajo el brazo.
Al poco, me encuentro con  el jadeo tempranero de los corredores de footing  y, un par de calles más adelante, el conserje con su bata azul eléctrico sigue barriendo las hojas secas de la entrada del edificio de oficinas, para amontonarlas antes de echar en esa esquina, y sólo en ella, los polvos amarillentos que ahuyentan a los perros a no levantar allí sus patitas y evacuar su santo y seña.
Estos son los mismos de antes, los de siempre. Sin embargo, al que  he echado  de menos es a un madurito ejecutivo con gafitas con el que me cruzaba después de doblar la esquina de la tienda de sillas, balanceando a delante y atrás su maletín e imbuido en su  impecable sobrio traje o bien negro o bien gris marengo y su camisa blanca. La nota de color la dispensaban sus corbatas rojas, amarillas, azules o verdes de pequeños motivos: ¿Hermès? Tal vez.
Y paso a paso, llego al trabajo...
Tras franquear la puerta, mis oídos que, el ruido de un tráfico a penas efervescente no había aún del todo desvelado, se apocan con el siempre metálico: “Buenos días” de Mary que  definitivamente te saca del letargo. Ahora, sí que ya estoy  del todo en marcha.

Y entre tanto, el cielo sigue encendido.

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