"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









martes, 9 de octubre de 2012

DESOLLONES

À MAR, et à ses leçons de cromatisme.


La vida es un continuo refregón. Refregones en la calle, en el trabajo, con los amigos, con la familia. En muchas ocasiones ni nos damos cuenta de que, refregón tras refregón, se va perdiendo lustre y que cuando se va rozando en la misma zona, el refregón se convierte en un feo desollón. Y, aunque los desollones no producen, en general, lesiones que lleguen a ser estructurales, son muy llamativos estéticamente.

Llega un día en el que ya cansados de que al roce, la lesión se vaya haciendo cada vez mayor, nos ponemos manos a la obra: pintura de encalar, caldereta, brocha y le damos al deslucido descorchado. Esperamos a que se seque para ver los resultados de tan espectacular hazaña. -¡Vale! No está mal, está mucho mejor que antes- afirmamos satisfechos.

Van pasando los días, las semanas, los meses y lo que habíamos considerado una proeza, ahora se nos antoja insuficiente. Como por una extraña fuerza, la vista no se aparta del sitio del retoque, vemos con cierto grado de frustración  que solo habíamos puesto un parche, pero nada más.

Comenzamos a darle vueltas a una idea, hasta que decidimos que ya no puede ser, que ya está bien de mandingas que se ve mucho y que tenemos que llamar a un profesional para que subsane, no sólo ese, sino todos los desperfectos de las paredes, desde los más leves rasguños a los más dolorosos zarpazos; admitimos que para nosotros, la superficie a tratar es ya demasiado grande.

Llega Juanito, -tal vez tendríamos que llamarle Juanón, por la envergadura-. Dos brochazos en una de las paredes:

– Éste o éste otro.
- El más claro; quiero darle luz a la casa.
- Pero si ya tienes bastante luz. El más oscuro iría perfecto.
- No, no. Prefiero el más claro.
- Bueno, vale, pero tampoco hay tanta diferencia entre los dos. ¿Y dices que quieres toda la casa del mismo color?
- Sí, sí, toda de igual color.

No sé lo que pensaría Pepe ahora si me oyera. Hace unos años, me convenció, con su trabajo fino y su amor por su oficio de pintor a ratos libres, de que éramos jóvenes y de que podíamos permitirnos poner las habitaciones cada una de un color. Yo, la verdad, no le puse mucha resistencia a su convicción, ni a su persuasión sin vehemencia. Además, es que tenía un no sé qué con las mezclas que, los colores finales eran únicos.

Sin embargo, ahora no solo quiero quitar los desollones sino que quiero luz y armonía, continuidad en las instancias; no quiero rupturas ni quebrantos cromáticos, y sí ir dejando debajo de la nueva capa de pintura mellas e imperfecciones, deterioros y menoscabos.


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